miércoles, 29 de junio de 2011

Mario y el anillo (por David)


Mario andaba preocupado últimamente por la autoestima. Sabía que para construir la propia autoestima era fundamental la necesidad de contar con el respeto y estima de los demás. También era prioritario la necesidad de obtener reconocimiento y valoración de padres, amigos, compañeros y cómo no, lograr el reconocimiento en el trabajo. Mario no se sentía valorado y por ello, triste y decaído.
Entonces Mario recordó una vieja historia de un joven que acudió a un sabio para buscar ayuda. El joven se sentía mal, poco valorado, triste, parecía que no hacía nada bien y que no era tomado en cuenta por los demás. Le pidió consejo al sabio para ver cómo podía mejorar, qué podía hacer para que los demás lo valorasen mejor. El sabio le contestó que no podía ayudarle, pero le propuso que el joven le ayudase a él. El sabio se quitó un anillo de su dedo y le dijo al joven que fuese a un mercadillo ambulante a vendérselo, pero que necesitaba una moneda de oro por él, ya que debía pagar una deuda.
El joven partió veloz al mercadillo y comenzó a ofrecer el anillo a todos los mercaderes, pero cuando pedía la moneda de oro, algunos se reían, otros miraban a otro lado y nadie le aceptaba el trato. Uno de ellos le comentó que el anillo tenía poco valor para una moneda de oro, como mucho podía ofrecerle una de plata. Así que, después de ofrecérselo a casi más de cien de los mercaderes el joven volvió a casa del sabio a decirle que era imposible, que el verdadero valor del anillo no era la moneda de oro, si no como mucho una o dos de plata.
El sabio le comentó que lo que había comentado era muy importante: el verdadero valor del anillo. Quizás debía conocer precisamente eso antes que nada. Por lo que, el sabio volvió a enviar al joven, pero esta vez al joyero de más reputación de la ciudad. El joven corrió hacia la joyería y le entregó el anillo. El joyero observó atentamente a luz con una lupa y lo pesó. Finalmente le contestó que si quería venderlo ese mismo día podía ofrecerle unas sesenta monedas de oro, pero si no tenía inconveniente en esperar unos días, con más tiempo, podía conseguirle más de cien, ya que otros compradores estarían sin duda interesados en la pieza. El joven presuroso corrió hacia la casa del sabio a contarle la noticia. El sabio maestro le explicó al joven con tranquilidad que él era ese anillo: una joya, valiosa, irrepetible y única, y como tal solo podía evaluarlo un experto. 
Mario entendió que no se puede ir por la vida pretendiendo que cualquiera descubra el verdadero valor de cada uno. Solo los expertos, los sabios y maestros, son capaces de darse cuenta de los valiosos que somos. El resto, los mediocres, suelen menospreciar sin darse cuenta del verdadero valor de una joya y otras veces no se sienten a gusto con la sombra que les hace el resplandeciente brillo que desprenden algunas.

1 comentario:

Nando dijo...

Bonita historia y muy educativa... yo creo que todos tenemos un valor incalculable que no sabemos apreciar. Es triste que otros te tengan que decir cuanto vales y no sepamos valorarnos lo suficiente como para tener la autoestima por los cielos.

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